El 24 de diciembre de 1968, William Anders se asomó por la ventana, apuntó con su cámara de fotos y obtuvo una imagen que se hizo famosa y que cambió para siempre la percepción de nuestro planeta. William Anders no estaba mirando por una ventana cualquiera. Estaba a bordo de la misión Apollo 8, orbitando la luna. Y aquella imagen mostraba al planeta azul asomando en el espacio, visible solo en parte y flotando en una inmensidad oscura. Ese día los astronautas hacían una retransmisión desde el espacio y fue su compañero, Jim Lovell, quien supo poner en palabras lo que esa imagen significaba: “La vasta soledad inspira admiración y te hace darte cuenta de lo que tienes allí en la Tierra”.
Efectivamente, aquella foto, conocida hoy como ‘Salida de la Tierra’, fue un impulso decisivo para la lucha por proteger el medio ambiente. Mostraba el planeta como nunca se había visto antes. En perspectiva, era un lugar maravilloso. Una gota de vida y de luz en la inmensidad del espacio. Sin embargo, más de medio siglo después, el medio ambiente está en una situación desesperada. Hoy, 5 de junio, la ONU celebra el Día Mundial del Medio Ambiente con muchas más tareas pendientes que realizadas.
Esta fecha se empezó a conmemorar en 1974 y desde entonces la conciencia ecológica ha pasado de ser un movimiento alternativo y casi minoritario a convertirse en una necesidad para el planeta. La sobreexplotación de los recursos es uno de los principales problemas. Este consumo es tan grande que según la huella ecológica, gastamos por encima de un 75% más de lo que el planeta puede producir. Es decir, necesitaríamos contar con 1,75 planetas para poder seguir al mismo ritmo. Y esto es mirando desde un punto de vista global. En los países desarrollados consumimos muy por encima de esa media. En España, por ejemplo, necesitaríamos casi tres países como el nuestro para mantener este ritmo, según WWF. Mientras que en muchos países de África apenas llegan a la mitad de su tope.
Calentamiento global
La contaminación es el otro gran problema al que nos enfrentamos. El CO2 que enviamos a la atmósfera está produciendo un calentamiento global sin precedentes. La temperatura media del planeta ha aumentado en casi un grado desde finales del siglo XIX y si no hacemos nada por evitarlo, ese calentamiento llegará a los dos grados a finales de siglo. Un desastre que no solo destruirá el clima que conocemos, sino que hará crecer el nivel del mar por encima los 60 centímetros para el año 2100.
La mala noticia es que los efectos del ser humano sobre el planeta son ya tan grandes que incluso si paráramos todas las emisiones de efecto invernadero de inmediato el planeta tardaría siglos en volver a la normalidad. Por eso, los esfuerzos de los organismos internacionales se centran en limitar el alcance de ese daño. Conseguir que el aumento de las temperaturas medias se quede por debajo de los 1,5º.
Pero incluso este objetivo se está dejando pasar. Los países desarrollados aún anteponemos el crecimiento económico al cuidado del planeta, sin ser conscientes de que el cambio climático también arruinará la economía. Está en manos de toda la sociedad hacer gestos para evitar lo peor de esta crisis climática: limitando los desplazamientos por medios contaminantes, consumiendo productos de proximidad y ecológicos, reciclando y limitando la cantidad de recursos que consumimos y siendo más eficientes con nuestro consumo energético para reducirlo. Estos pequeños gestos son solo una parte en la balanza. La industria, la automoción y la manufactura de productos tienen en sus manos la mayor parte de este cambio necesario. Pero la transición puede y debe empezar desde abajo, con la conciencia de lo que nos jugamos.
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