¿Te has parado a pensar alguna vez cuántos de los actos que realizas en el día a día son conscientes y cuántos son hábitos? Probablemente no, porque precisamente lo que define a los hábitos es que son actos que realizamos sin pensar, de una manera casi automática. Pues la respuesta es que pueden llegar a ser el 40% de nuestras acciones. O eso afirmaba en 2006 un estudio de la Universidad de Duke, que apuntaba que nuestro cerebro se apunta con facilidad a la ruta fácil y si una tarea se puede ejecutar de manera automática entonces no merece la pena pararse a pensar mucho sobre ella.
Esto, por supuesto, es útil en nuestro día a día. Nos preparamos para comenzar la jornada realizando de manera precisa las mismas cosas sin esfuerzo y hasta iniciamos el camino para ir al trabajo sin darnos cuenta. Pero esta habilidad de nuestro cerebro para hacernos la vida más fácil se puede volver en nuestra contra. Porque una vez que un hábito está enraizado en nuestro día a día resulta que es muy difícil cambiarlo por otro. Y desde luego no todas nuestras costumbres son buenas.
Por eso podemos encontrar especialmente difícil incorporar rutinas nuevas, una situación clásica al volver a la normalidad tras las vacaciones de verano y contra la que todos nos hemos estrellado en alguna ocasión. En algunos casos, incluso en muchas ocasiones. La buena noticia es que es posible iniciar nuevas costumbres.
De menos a más, la clave del éxito
La clave está en aprender a facilitar los cambios. Un método que ha reunido bastante fama para lograr esto es el que propone el profesor B.J. Fogg, de la Universidad de Stanford: empezar por cambios pequeños e ir subiendo hasta los más complicados. Se trata, según defiende este psicólogo, de empezar por cosas sin importancia en nuestra rutina que poco a poco van haciendo más fáciles otros cambios mayores.
Pero hay otros trucos que nos pueden funcionar:
- Hacer nuestro futuro hábito siempre el mismo día a la misma hora. Es más fácil que nuestro cerebro se acostumbre a una acción si se repite de manera regular.
- Asociarlo a otro hábito ya establecido. Si tenemos costumbre por ejemplo de salir a tirar la basura todos los días sobre la misma hora, ¿por qué no añadir a ese gesto cotidiano una caminata?
- Busca apoyos. Es más sencillo acostumbrarnos a una nueva rutina si no la realizamos solos. Amigos, familiares o incluso compañeros de trabajo nos pueden animar a continuar con el cambio.
Según otro estudio realizado por la misma Universidad de Duke nos lleva tres meses asentar un hábito nuevo. Pero nuestro cerebro no solo aprende a realizarlo, sino que nos sentiremos bien al hacerlo. Los hábitos y las costumbres generan recompensas en nuestro cerebro. Así que ya sabéis, no desesperéis con los cambios.
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