Hace unos meses, el cambio de hora era un tema recurrente. La Comisión Europea había lanzado una encuesta entre la ciudadanía de los 28 países que componen la UE para medir cuánta gente estaba a favor de dejar de lado este ritual, que llega cada inicio de primavera y de otoño y que volverá a tocar el 25 de este mes de octubre. El Parlamento Europeo ya lo había aprobado. Sin embargo, la idea se quedó en el aire y en Ágatar os recordamos en qué punto nos encontramos.
Primero, un poco de historia. Para una gran parte de la población lo del cambio de hora es una medida que ha estado ahí toda la vida. Pero en realidad ‘solo’ lleva realizándose en España desde 1981. Los más mayores recuerdan perfectamente lo que era tener el mismo horario todo el año. El conflicto del petróleo en los años 70 había llevado a una crisis económica que encareció los combustibles y el ritmo de vida en general. La necesidad de ahorrar y evitar la dependencia de productos de fuera acabó por extenderse a muchos ámbitos y también lo hizo al de la energía. La idea era simple: ¿y si por cambiar los horarios reducimos la necesidad de tener las luces encendidas? El ahorro potencial era de millones de pesetas de entonces.
Sin embargo, con el tiempo el impacto de esta medida se ha puesto muy en entredicho. Entre otras cosas porque en las oficinas y tiendas la luces suelen estar dadas independientemente de la claridad que haya en el exterior. Y en todo caso la luz que se gana por las mañanas se pierde por las tardes, un momento en el que ya no estamos trabajando, pero en el que las actividades de ocio también requieren luz. Y encima estaba el tema del trastorno psicológico que supone adaptarse de golpe a los nuevos horarios.
Así las cosas, y después de una aplastante mayoría a favor de eliminar el cambio de hora, el debate pasó a ser con cual horario nos quedamos. Conviene recordar que en España fue el dictador Francisco Franco quien decidió cambiar la hora para tener la misma que en Alemania, aunque tradicionalmente aquí habíamos tenido una hora menos. Igual que Reino Unido, o Portugal. Así que incluso en invierno estamos una hora por delante de la hora solar. Y dos en verano, al contrario que en otros países europeos. Este cambio lleva con nosotros mucho tiempo y hace que el impacto de los horarios de verano y de invierno sea muy distinto en nuestro país. Que haya luz solar todavía a las 10 de la noche al principio del verano en una latitud como la nuestra es uno de los signos más evidentes.
La idea era que cada país pudiera elegir con qué horario se quedaba, aunque esto se tenía que reflejar en una directiva europea. Mantener el mismo horario que la Europa continental tiene beneficios para el funcionamiento de las empresas y es otro factor que se tenía en cuenta en el debate. Esa unidad de horarios se iba a romper si cada país tiraba por una decisión diferente. En teoría, el cambio de hora de marzo de 2021 iba a ser el último para los países que se quedaran con horario de verano. Si se elegía el de invierno, el último iba a ser el de este mes de octubre. Pero esa decisión no se ha tomado en ninguno de los países ni a nivel europeo. Así que toca esperar a que se reactive el debate y se refleje en un acuerdo oficial.
La encuesta no dejaba lugar a dudas, la mayoría prefería horario de verano, tanto en los otros países como en España. Pero esa medida se ha quedado en stand by. La pandemia de coronavirus ha hecho que el debate se centre en otros derroteros. ¿Cuáles son los beneficios de uno y otro?
- Horario de verano: Primaríamos la luz por la tarde. Está claro que la mayoría de la gente está más activa a estas horas que por la mañana temprano, de ahí que se prefiera ‘alargar’ las horas de aprovechamiento de luz de las tardes. Lo malo es que en los días más cortos del año el amanecer se retrasaría casi hasta las 9 de la mañana en las ciudades más al oeste, como La Coruña.
- Horario de invierno: Prima la luz por las mañanas. Ha sido la opción menos popular, pero tiene un impacto directo sobre la salud, ya que levantarnos con luz solar es mucho mejor para que se active nuestro cerebro. La radiación del sol activa sustancias en nuestro cerebro que nos hacen pasar al estado de vigilia, es decir, activarnos para empezar el día. Levantarnos todavía de noche rompe ese ciclo natural y nos hace más difícil rendir.
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