Cuando George Orwell imaginó el Gran Hermano de su conocida novela ‘1984’ lo hizo como una estructura de Estado, capaz de espiar a la vez a todos los ciudadanos y saber lo que pensaban y hacían en cada momento. Cuando se escribió el libro, justo después de la Segunda Guerra Mundial, el miedo a los totalitarismos todavía estaba muy presente. Poco se podía imaginar Orwell que el auténtico ‘gran hermano’ iba a tener poco que ver con la política y mucho más con la economía. ¿Habéis probado a visitar myactivity.google.com? Dentro de esta página encontraremos todos los datos que Google guarda sobre nosotros. No solo las búsquedas, también páginas visitadas o las aplicaciones que hemos abierto a lo largo del día.
Cada vez más nuestra vida diaria se articula a través de Internet. Pasamos todo el día conectados a través de los dispositivos móviles y nos apoyamos en ellos para cada vez más tareas cotidianas que se quedan ‘registradas’. Desde planificar la compra del día en el supermercado hasta hacer una receta o encontrar esa dirección que no sabemos dónde está. Pero todo ese uso va dejando una huella en Internet, un perfil que luego nos va ‘persiguiendo’. La publicidad, que antes era básicamente igual para todos, ahora toma la forma de ese artículo que estuvimos curioseando en Amazon y que no llegamos a comprar. O de un viaje a ese lugar del que estuvimos buscando información en agencias de viajes. O de películas, libros, o cursos que ‘coinciden’ con nuestros intereses.
Aunque las regulaciones en la UE cada vez obligan más a las marcas a explicar cómo funciona ese rastreo y a darnos la opción de no activarlo, lo cierto es que permitir esa recogida de datos es imprescindible para usar servicios tan comunes como Google, Whatsapp, Amazon o Facebook, que se limitan a informarnos de qué datos van a recoger sobre nuestro uso de la app. Por eso desde Ágatar os contamos algunas claves para entender cómo funciona este mecanismo.
El ‘todopoderoso’ algoritmo y las cookies
En este campo del rastreo tenemos dos formas potenciales en las que las empresas recogen información sobre nosotros. Son parecidas y complementarias, pero no funcionan exactamente igual. Hablamos por supuesto de las cookies, pero también del arma más poderosa de todas: los algoritmos que elaboran los perfiles y que son la auténtica piedra de toque del nuevo márketing de Internet, al menos mientras las dejen.
El algoritmo es el secreto mejor guardado de todas las grandes de Internet. Imaginemos que entramos en Facebook y que dedicamos bastante tiempo a leer el perfil de un grupo que trata sobre un tema cualquiera: mascotas, por ejemplo. Facebook, por lo tanto ‘sabe’ que te gustan las mascotas. Si a esto le sumamos que le hemos dado ‘like’ a esas fotos tan monas de perritos que estaban en el perfil personal de nuestras amistades, Facebook refuerza esa conexión. Si resulta que además solemos compartir artículos de prensa sobre temas políticos y que seguimos un perfil de recetas, todos esos datos se añaden a nuestro perfil. Y gracias a los servicios de ubicación en el móvil, la red social sabe dónde vivimos (aunque no lo pongamos en la cuenta) y por dónde solemos movernos en la ciudad. Más datos para ese perfil y publicidad cada vez más local.
Hay que tener en cuenta que aunque no activemos el GPS muchos servicios móviles ‘saben’ donde estamos gracias a las antenas de móvil, que pueden seguir el rastro de cualquier conexión. Así, no será raro que las apps sepan cuándo hemos cambiado de ciudad, por ejemplo. La publicidad que nos aparezca en Facebook, Google, o en cualquier otro servicio en el que tengamos una cuenta abierta, estará relacionado con todo ese uso que le hemos dado a nuestra cuenta. En muchos casos, estos servicios además comparten información. Así, nos puede aparecer en Facebook, por ejemplo, publicidad del producto que hemos estado viendo en Ali Express.
La única manera de evitar esto es evitar dar más información de la estrictamente necesaria. Pero otra manera de combatirlo es generando ‘ruido’. Es decir, introduciendo datos aleatorios que acaben por confundir al algoritmo. Por ejemplo, realizando búsquedas de productos que en realidad no nos importan. Lo cierto es que el algoritmo está diseñado hoy día para adaptarse casi en tiempo real. En aplicaciones como Instagram los contenidos que se ‘sugieren’ al usuario van cambiando casi hora por hora, según el tipo de contenido que hemos ido visitando, de manera que puede experimentarse con cómo responde de un modo muy directo.
Las cookies por su parte, funcionan en realidad como un añadido al algoritmo. Se han vuelto mucho más conocidas desde que las páginas web tienen obligación de indicarnos que existen. En este caso hablamos de pequeños datos que se quedan en la caché del ordenador o del móvil y que le indican a la app no solo qué pagina hemos visitado, sino en qué parte de la misma nos hemos parado y si hemos visto un determinado anuncio, por ejemplo. Todos estos datos alimentan nuestro ‘perfil’ y le dan más datos al algoritmo. Si hemos visitado una página desde el mismo navegador en que hemos utilizado nuestras cuentas de redes sociales esos datos están seguramente integrados en el algoritmo. Podemos eliminar las cookies, pero como explicábamos antes, el auténtico reto está en los datos que las apps o las páginas guardan y que se asocian a nuestra cuenta, independientemente de las cookies. El futuro parece estar más en esa información que se pueda recoger de manera ‘anonimizada’ y que los perfiles pasen a ser más de grupo de edad y de ubicación que de individuos.
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